Hoy te veo radiante, orgullosa y feliz. Caminas por la
acera casi sin tocar el suelo, levitando sobre mil y una ilusiones, embriagada
de felicidad y con la sonrisa grabada a fuego. Saludas con inusitada vehemencia al cartero que
a punto está de besar el suelo ante tal torrente de femenina voluptuosidad. Te
quitas los zapatos de tacón y corres para atrapar el autobús, lo logras y te
pierdes en su interior.
Y yo, testigo mudo de tu vida al otro lado de la pared, me pregunto: ¿qué te puede haber regalado, que compense el año
que te ha hecho pasar?
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