Reconozco que para oídos no entrenados la apreciación de
ciertos sonidos es como poco improbable. Llevo doce años desempeñando mi labor
profesional con suma dedicación y he aprendido a clasificarlos según su
intensidad y cadencia. En unas ocasiones son secos e
intermitentes como pasos acercándose, en otras son más prolongados y agudos, similares al que
realiza la tiza al deslizarse por la pizarra y, otras veces, son sutiles y apagados
como puñetazos sobre una almohada. Es
muy común que lleguen acompañados de voces y gritos cuya naturaleza no
me siento capaz de describir.
En nombre de mis compañeros de profesión y en el mío propio,
espero que entiendan nuestro permanente carácter
arisco y agresivo, pues está sustentado por un profundo desprecio hacia la raza
humana.
Mi nombre es ‘Tor’ y soy el perro guardián de este cementerio.
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