sábado, 29 de diciembre de 2012

Calor


Apenas me aventure unas pocas líneas, mi relato comenzará a derretirse. El proceso siempre es el mismo, la temperatura del papel sobre el que escribo aumenta con cada palabra. Las primeras desaparecen envueltas en un olor a pólvora quemada, bailan las unas con las otras, se mezclan, se funden y surcan el aire entre volutas de papel carbonizado. La velocidad se incrementa por momentos y las líneas pierden su horizonte mientras se ennegrecen y emprenden el vuelo. El calor es entonces tal, que la tinta se evapora en el  instante justo de tocar el papel y mis dedos se estiran y contraen buscando un alivio imposible mientras luchan por seguir escribiendo.

Entonces no puedo más que saltar de la silla, ponerme cómodo, atenuar la iluminación y dejar que mi mano dibuje entre el humo la obra de arte que no tuvo tiempo de plasmar sobre el papel.

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