Subía los escalones de dos en dos dejando tras de sí una vorágine de
decibelios en forma de bienintencionados villancicos. Debía darse prisa pues
sólo tenía diez minutos antes de que le echaran en falta y subieran a buscarle.
Mientras ascendía pensaba en cómo había llegado a odiarle tanto, donde había perdido
la ilusión y la magia de entonces. La primera vez que le visitó le dejó una pistola
de juguete, de esas que disparaban pelotas de poliespan y que ahora su
imaginación convertía en una Magnun calibre 44 con el cargador vacío tras
llenar de plomo su enorme trasero. Luego llegó aquel camión teledirigido
reconvertido ahora en el diablo sobre ruedas con el que atropellar con saña su
excelsa humanidad, una y otra y otra vez. Qué decir del karaoke del año
siguiente, en su mente resonaba un gutural HO HO HO amplificado por los
micrófonos que le había hecho tragar. Por no hablar de aquel mecano con sus
poleas, cuerdas y tornos oh! medieval artilugio de tortura y sodomía.
Casi había terminado, iba holgado de tiempo. Este año podría ajustarse bien
la barba. Risas nerviosas subían ya por la escalera,"¿donde está
papá? Se lo va a perder de nuevo" escuchó justo antes de entrar por la terraza.
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