viernes, 14 de diciembre de 2012

El jardinero

Nadie conoce su secreto, los más afamados expertos en la materia estudian sus técnicas, copian sus pautas, revisan sus más elementales principios y todo es en vano.
Sus logros son extraordinarios. Una rosa de color azul brotando de una piedra, gardenias creciendo sobre el rail de un ferrocarril, tulipanes emergiendo de la arena de la playa, orquídeas sobre una capa de hielo o un gladiolo sobre el asfalto.
Ahora contemplaba con cierto aire melancólico su última creación, una malva que aparecía radiante entre los despojos de un barco naufragado. Con una sonrisa de agradecimiento y, tras limpiar con él sus ojos vidriosos, el jardinero me devuelve el pañuelo que le había tendido y se aleja caminando en silencio.

Al llegar a casa no podía dar crédito a aquello que asomaba en el bolsillo izquierdo de mi pantalón. Me hubiese gustado conservarlo pero es una lástima que un pañuelo no sea el lugar adecuado para que aquel narciso amarillo perdure demasiado.








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